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Cine comunitario en México: una respuesta para la diversidad y la representación digna de los pueblos indígenas 

Cine comunitario en México: una respuesta para la diversidad y la representación digna de los pueblos indígenas 

El cine comunitario en México ha emergido como una poderosa fuerza transformadora para impulsar la diversidad en la industria cinematográfica y lograr una representación auténtica y digna de los pueblos indígenas.

Por Samantha Nolasco

A través de la participación activa y horizontal de las comunidades en cada etapa del proceso cinematográfico, desde la concepción de la idea hasta la proyección de la película, el cine comunitario busca contar historias que reflejen la riqueza cultural, la cosmovisión ancestral y las soluciones propias de los pueblos originarios.

En contraste con el cine comercial que se centra en el entretenimiento y la rentabilidad, el cine comunitario surge de la necesidad de narrar las historias de personajes nunca antes contados, documentar la realidad de una comunidad intrincada entre los cerros y expresar la identidad cultural que los pueblos resguardan por generaciones.

¿Qué es el cine comunitario?

El cine comunitario es un proceso audiovisual integral y colaborativo que involucra activamente a la comunidad en todas sus fases:

  • Gestión
  • Producción
  • Exhibición
  • Circulación
  • Consumo

Es un modo de producción horizontal y colectivo que valora los saberes y las identidades locales, dando el micrófono -la cámara en este caso- a las comunidades para que sean protagonistas de sus propias narrativas y constructores de su propia imagen.

En entrevista exclusiva para LATANK MEDIA Noé Pineda, actual director del Estímulo a la Creación de México y Centroamérica para Comunidades y Pueblos Indígenas y Afrodescendientes (ECAMC), del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), nos cuenta que su definición de cine comunitario tiene que ver con las relaciones entre iguales en la producción:

“El cine comunitario es para mí, desde una perspectiva más de las relaciones internas de cómo se produce, con quién se produce, y bajo qué reglas.

Es el desmontaje de jerarquías desde el proyecto audiovisual donde todos son relativamente iguales y donde la participación es colectiva y no hay estas jerarquías que caracterizan al mundo cinematográfico en el que hay un director que es la cabeza de todos, y que es entre comillas el que sabe todo. Entonces, la gran diferencia para mí entre ese cine y el cine de hoy, en el siglo XXI, es más bien cómo rompes esas relaciones jerárquicas, verticales, industriales, hegemónicas y construyes desde un piso común de creación y respeto”.

¿Cuál es el registro histórico del cine comunitario?

La definición anterior nos da pie para ir a las raíces del cine comunitario en México, que encuentra un apogeo en la década de 1950 como respuesta al cine hegemónico de Hollywood y Europa, este movimiento que buscaba crear un cine que reflejara la realidad social y política de América Latina, dando voz a las comunidades marginadas y promoviendo la identidad cultural desde las perspectivas de realizadores localizados mayormente en la capital del país, pero no fue hasta la década de 1980 cuando la transferencia de tecnología llegó a los pueblos indígenas, abriendo un nuevo horizonte de auto representación.

“Durante los años 80, digamos que comienza un proceso de transferencia de tecnología en un mundo que se está globalizando, que está desarrollando más tecnología audiovisual, es decir, estamos hablando de un tiempo histórico en el que aparecen las cámaras de vídeo compactas, en el que el video empieza a tomar una fuerza importante en el mercado. En pueblos indígenas en estados como Oaxaca; Chiapas; Sonora; Estado de México; Veracruz, esta tecnología va a impactar porque justamente al hacer más económica la posibilidad de grabar, de filmar, también se abren muchas otras posibilidades a la capacidad de producir y reproducir una perspectiva de lucha política y cultural desde los pueblos”.

¿Qué relación tiene la política con el cine indígena?

Noé Pineda enumera algunas de las realidades a las que han sido sometidos los indígenas por el simple hecho de no vivir en el centro de las urbanidades.

“Al ser indígena tienes una pertenencia a una cultura específica con características específicas en relaciones eminentemente de subordinación, es decir, perteneces al sector indígena, por lo tanto perteneces a uno de los sectores más negados y más excluidos, en la periferia de muchas de las acciones de lo que serían los derechos de los ciudadanos”.

El cine se convierte así en una herramienta de denuncia y reivindicación.

Desde entonces al tener herramientas tecnológicas de comunicación en sus manos, éstas se convirtieron en medios para obtener “derechos colectivos de los pueblos, es decir, el derecho a la identidad, el derecho a la autonomía, el derecho a la autorepresentación y desde ese marco se hacen las transferencias tecnológicas o estos acercamientos de ya no ser el objeto de una película, sino el sujeto de la transferencia tecnológica y ser el sujeto que hace las películas sobre sí mismos y sobre otros personajes externos”, explica el coordinador del Ecamc. El cine como un acto de soberanía narrativa.

“Esa parte de hacer cine desde los pueblos originarios o desde realizadores de pueblos originarios, pues es una una riqueza que se ha encontrado desde hace mucho tiempo en el mundo del audiovisual mexicano, y no solamente mexicano, a nivel mundial también”, asegura Noé Pineda. Esta diversidad de miradas enriquece el panorama cinematográfico global.

La formación como semilla de nuevas narrativas

En entrevista para LATANK MEDIA, la cineasta Luna Marán, originaria de la comunidad zapoteca de Guelatao y quien ha sido una de las protagonistas en esta nueva ola de cine comunitario indígena y ha hecho escuela en la sierra de Oaxaca, incluso antes de que la política pública del Ecamc se pusiera en marcha nos ha dicho sobre la importancia de este cine que hace una suerte de desmontaje al cine tradicional.

“Lo que ha sucedido en la historia del cine, es que replica una visión del mundo que es occidental pero que no ha permitido entender la diversidad de otras formas de pensar y entender el mundo, porque cada comunidad indígena tiene su forma de hacer sentido a la vida. El público que busca el cine comunitario en principio son las comunidades sí, que nuestros paisanos las vean que las disfruten que las cuestionen, las critiquen y demás, pero también hago las películas para que un público más grande digamos, un público que no se ve desde lo comunitario también las vea y pueda reconocer que hay otros mundos, eso es lo que hace el cine, dibuja otras posibilidades y en nuestro caso buscamos que dibuje esas otras formas de existir que también existen en este país desde otro lugar”, comentó en entrevista la productora y directora de Yi Hagamos Lumbre.

El cine comunitario como puente intercultural

Para Luna Marán la formación de nuevos realizadores desde los pueblos es un eje crucial en el que se basa el cine comunitario, en “encerronas” talleres que convocan a los interesados a vivir para el cine durante algunas semanas, aprendiendo cómo utilizar cámaras, grabar sonidos, cómo escribir guiones y las especificidades que necesitan conocer para crear piezas audiovisuales. La capacitación empodera a las comunidades para contar sus propias historias.

“La formación es una etapa dentro de la producción audiovisual, y la formación es una etapa que no descansa, todos los años tiene que haber cursos de formación para que después haya creadores que quieran dedicarse a la producción y hagan películas que se estén exhibiendo, es un circuito. Yo pensaría que los espacios de formación llevan muchos años, el cine de pueblos originarios lleva 40 años en este país, estamos en un muy buen momento porque se está produciendo mucho más de lo que se produjo hace dos décadas y se necesitan procesos de continuidad”. La inversión en formación garantiza la sostenibilidad del movimiento.

Debido a que hay una visión centralista para la profesionalización “los jóvenes que están en las comunidades no saben que pueden dedicarse a esto porque no lo ven como una posibilidad y para ello se necesita acceder a las posibilidades, acceder a la formación, para eso necesitamos darle continuidad a los procesos de formación para que existan nuevas generaciones de interesados, entrarán 10 jóvenes y de esos 10 solamente uno diga yo sí quiero hacer una película, ahí iniciará el camino largo de hacer una película”, explicó Luna Marán. El acceso a la educación cinematográfica es clave para el desarrollo de talento local.

¿Qué retos enfrenta el cine comunitario?

A pesar de su importancia, el cine comunitario en México aún enfrenta desafíos en cuanto a la producción, distribución y reconocimiento. Si bien no existen datos precisos sobre el número de películas comunitarias producidas anualmente en México, se estima que en 2022, 21 películas fueron dirigidas por personas que se auto adscriben como indígenas o afrodescendientes, de un total de 258 largometrajes producidos.

En cuanto al número de cineastas indígenas, se estima que 7 largometrajes fueron dirigidos por cineastas indígenas o afrodescendientes en 2022, de acuerdo con los datos del Anuario Estadístico del Imcine. Visibilizar estas cifras es crucial para entender el panorama.

También Noé Pineda compartió que desde la política pública que representa el Ecamc, desde 2019 a 2024, este estímulo ha apoyado a 68 producciones de las cuales 18 ya son piezas filmográficas terminadas, entre ellas también ya existe un premio, se trata de Licham, que ganó como Mejor Largometraje Documental en el Festival de Cine de Morelia (FICM) 2024. Este apoyo institucional es fundamental para impulsar la producción.

Este documental dirigido por Ana Ts´uyeb habla sobre la realidad de tres mujeres tsotsiles en Chiapas, donde el valor de su trabajo y su independencia económica, son las premisas en la narración de esta historia. Y cuya mención del FICM para premiarla fue “Es un gran retrato de concientización de una las realidades que desconocemos en nuestro país”. El reconocimiento en festivales amplifica las voces indígenas.

Si bien hay desafíos evidentes como encontrar instructores que comprendan las necesidades y contextos específicos de los cineastas indígenas, así como la necesidad de abordar las desigualdades históricas y sistémicas que han marginado las voces indígenas en la industria cinematográfica, lo cierto es que este tipo de cine diversifica y suma historias e imaginarios fílmicos. Además de que el cine comunitario ha tenido logros evidentes como llevar hasta las comunidades los procesos de formación para aquellos que no tienen las posibilidades de emigrar para estudiar a alguna ciudad con esta oferta académica. La descentralización de la educación cinematográfica es una solución clave.

Y como nos dijo Noé Pineda, director del Ecamc ya para finalizar: “esta historia larga trae una generación de jóvenes que van a estar promoviendo varias cosas bastante interesantes, algunos están interesados en animación, están interesados en narrativas fantásticas, están interesados en cine de terror desde sus propias culturas. Entonces apenas estamos viendo, creo yo, el inicio de algo más grande. O estamos llegando a un punto donde hay algo más grande que se va a descubrir”.

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