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La lección de Paz que eclipsó el Smart City LATAM Congress: Juan Manuel Santos y la ruta hacia ciudades más justas

Puebla, México se convirtió en el epicentro de la innovación urbana, pero una figura destacó en el Smart City Expo LATAM Congress (SCELC25), redefiniendo la conversación sobre el futuro de nuestras ciudades. Juan Manuel Santos, expresidente de Colombia y Premio Nobel de la Paz, quien cautivó a la audiencia con su profunda visión sobre la justicia y la reconciliación, sin duda una de las voces más resonantes del evento.

Santos destaca la importancia de la planificación, la empatía y la voluntad de diálogo para lograr la paz, incluso con adversarios. También enfatiza el impacto positivo de la paz en la economía y el papel crucial del sector privado en la reintegración de excombatientes y el desarrollo comunitario. Finalmente, el diálogo con Latank Media subraya la necesidad de moderación en el lenguaje político y la persistencia en la búsqueda de la paz como un objetivo alcanzable y fundamental para el futuro de América Latina.

¿Cómo se inicia y planifica un proceso de paz de esta magnitud?

Un proceso de paz requiere mucha planeación, requiere estudiar muy bien a la contraparte, las razones del conflicto armado y con quién se está uno sentando a dialogar. Es fundamental establecer unas líneas rojas, pero también se necesita mucha empatía, mucha humildad y mucha voluntad de diálogo constructivo para generar confianza. Los gestos que generan confianza son muy importantes. Recuerdo que un general muy inteligente y buen filósofo me decía: “Usted está haciendo la guerra contra las FARC porque quiere la paz, entonces trátelos como adversarios, no como enemigos“. Cuando pregunté la diferencia, me explicó: “A los enemigos uno los elimina, a los adversarios uno los vence porque va a tener que vivir con ellos durante el resto de la vida. Respételes sus derechos humanos, ellos tienen familias, ellos tienen padres, madres, a veces hijos. Trátelos con los seres humanos“. Esto fue muy importante porque continuamos la guerra y fuimos muy exitosos en debilitar a la guerrilla para que se sentaran a negociar, lo que generó un ambiente mucho más positivo.

¿Cómo beneficia este proceso de paz a la mejora económica de un país?

Es que la guerra lo que genera son obstáculos para el desarrollo económico. Las guerras son muy costosas, generan una situación adversa a la inversión y a las decisiones de largo plazo. Distraen la atención de quienes deben estar trabajando en la construcción de un país. Por consiguiente, las guerras son nefastas para la economía, por consiguiente negociar la paz tiene unas inmensas ventajas. Yo fui el primer ministro de Comercio Exterior de Colombia. Una vez, en un seminario en Nueva York para atraer inversión, hubo una bomba en un centro comercial, y la conferencia fracasó. Un presidente de empresa me dijo: “Colombia tiene un gran futuro, pero si no acaban con esa guerra nunca va a haber verdadera inversión“. Eso me impactó muchísimo.

Y en este sentido, ¿cómo se articula la iniciativa privada en un proceso de pacificación y en la posterior fase de desarrollo?

Primero, es obvio que el sector privado debe apoyar el proceso. Por ejemplo, las guerrillas que dejaron las armas y se están reincorporando a la vida civil pueden ser absorbidas por el sector privado, dándoles empleo. Por otro lado, las comunidades afectadas por la guerra necesitan inversión social e infraestructura. El sector privado puede colaborar muchísimo. Nosotros, por ejemplo, pusimos en marcha un programa que se llamaba “Obras por Impuestos en esas zonas donde el sector privado construía colegios o carreteras u hospitales y el costo lo deducía en los impuestos”. Eso fue muy exitoso. En términos generales, cuando el sector privado y el sector público están enfrentados, el gobierno se paraliza, por lo menos le queda mucho más difícil ejecutar sus políticas públicas.

¿Cómo se evita que el combate a la criminalidad se convierta en represión y genere desconfianza ciudadana?

Uno puede combatir la criminalidad y debe combatirla con contundencia, pero siempre respetando ciertas normas, ciertas reglas, ciertos procedimientos. Cuando los gobiernos se exceden, ahí es cuando comienza el círculo vicioso de la degradación de los conflictos. Por eso existen reglas de la guerra, el derecho internacional humanitario; hay ciertas reglas que es importante que se respeten.

Los procesos de paz a menudo son impopulares, especialmente por la tensión entre justicia y paz. ¿Cómo se legitima un proceso de esta magnitud?

Generalmente, los procesos de paz son bastante impopulares. ¿Por qué? Porque al final de cuentas un proceso de paz se reduce a una decisión: ¿dónde traza uno la línea entre justicia y paz?, ¿cuánto de justicia una sociedad, un país está dispuesta a sacrificar en aras de la paz?. Y no importa dónde se trace la línea, siempre habrá quienes reclamen más justicia y otros que reclamen más paz. Es muy fácil hacer populismo en contra de los procesos de paz, diciendo: “¿Cómo es posible que esos personajes que han cometido esos crímenes atroces estén dialogando de tú a tú con el gobierno?”. Por eso hay que tener una especie de piel de cocodrilo y continuar adelante porque al fin y al cabo la paz siempre va a ser mejor que la guerra.

En un contexto de polarización política creciente en el mundo y en América Latina, ¿cómo contrarrestar este fenómeno para que no impida los procesos de paz?

Lo primero que hay que hacer es atemperar el lenguaje. La agresión verbal puede llevar a la agresión física. Hay que estar dispuestos a sentarse con el contrario, a no desconocerlo y a encontrar denominadores comunes. El primer presidente de la primera democracia, George Washington, dijo en su discurso de despedida: “No olviden una palabra: moderación. Si pierden la moderación, pierden la capacidad de hacer transacciones entre intereses diversos de cualquier sociedad y si no hay transacciones, la democracia deja de tener sentido.

¿Imagina usted un modelo para América Latina que vaya más allá de lo militar para mantener la paz a largo plazo, especialmente frente a grupos criminales?

Sí, un modelo donde el sistema le permita a quienes están en la criminalidad –ya no grupos guerrilleros sino criminales–, un camino. Ahí tiene que haber zanahoria y garrote, nunca olvidar el garrote. La zanahoria está muy bien, pero el garrote es necesario, tiene que haber orden, tiene que imponerse el orden. No se puede permitir que los grupos criminales simplemente ocupen el espacio, porque siempre lo aprovecharán. Esto es una situación donde hay que tener zanahoria –incentivos si se someten a la justicia–, pero también un garrote.

Para aquellos que ven la paz como una utopía, ¿qué mensaje les daría?

La paz es posible. A mí me decían en Colombia: “Ni se le ocurra sentarse a negociar la paz, eso es imposible, todos sus antecesores lo ensayaron y fracasaron, y fue posible. Fue posible planeando bien, identificando las condiciones necesarias, perseverando y encontrando respaldo de la comunidad internacional. Las Naciones Unidas, por ejemplo, nunca han aprobado unánimemente tantas resoluciones de apoyo a algo como el proceso de paz colombiano. La paz es el objetivo más noble de cualquier sociedad, de cualquier religión. Por lo tanto, yo les diría: no pierdan la fe, más bien conviertan ese escepticismo en entusiasmo para apoyar cualquier iniciativa que busque la paz.

Presidente, ¿qué mensaje les daría a los jóvenes que buscan un futuro mejor y cómo pueden fomentar la paz desde sus propias trincheras?

A los jóvenes les diría: “Su futuro está en sus manos, ustedes tienen que convertirse en ciudadanos proactivos en busca de un mejor futuro y cuando uno busca un mejor futuro y trabaja por él, lo va a encontrar“. No se desanimen, no se vayan por caminos que no tienen futuro. La vida está llena de obstáculos, pero si uno persevera, llega a su destino. También les diría, como Gabo decía, que el dinero fácil es una droga. “El dinero fácil es una droga que mata, que envenena a la sociedad, a las familias, a los que se están lucrando“.

Tras eventos lamentables como el reciente atentado en Colombia, ¿qué mensaje envía usted a Colombia y a América Latina para mantener la calma y rodear las instituciones?

Mi reacción fue, primero: hay que mantener la calma, porque esto genera mucha rabia, con razón, y que esa rabia no se traduzca en violencia. Segundo, es el momento de rodear las instituciones, porque esto fue un atentado que en cierta forma es un atentado contra nuestra democracia. Y tercero, es muy importante lo que mencioné antes: atemperar el lenguaje, el lenguaje de odio y el lenguaje agresivo no puede continuar porque eso no permite que se acerquen las partes que piensan diferente y el país necesita moderación y necesita diálogo y necesita consensos y acuerdos“. Ojalá que de este atentado haya una reflexión para unirnos.

Finalmente, ¿cuál es su mensaje para la comunidad latinoamericana sobre el potencial de nuestro continente?

América Latina tiene un inmenso futuro. Este mundo va a necesitar alimentos, y tenemos el mayor potencial para producirlos. El mundo necesita defender su diversidad, y en América Latina está la mayor diversidad del mundo. Tenemos los minerales, la población joven, tenemos todo para ser relevantes y determinantes en el futuro del mundo, pero necesitamos unirnos, necesitamos hablar como una sola voz. Esto se hace a través de un diálogo constructivo entre líderes, comunidades y empresarios. La Alianza del Pacífico, por ejemplo, fue la integración más exitosa de la historia de América Latina porque le permitimos al sector privado tomar las decisiones y nosotros, como gobernantes, las aprobábamos.

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